¿Por qué viajan los que viajan?
La salida de argentinos buscando nuevas experiencias está otra vez en el centro de la discusión, disfrazada de un montón de mitos oportunistas. Las causas y búsquedas de los viajeros entusiastas.
Hay decenas de motivos que impulsan a las personas a buscar oportunidades fuera de su país. Pero más allá de esta multiplicidad de causas, los medios masivos en Argentina las asocian tendenciosamente con la frecuente inestabilidad económica y hasta a veces, desde la vereda de enfrente, con sentimientos antinacionales.
Las repetidas dificultades de vivir en Argentina existen y pesan, obviamente. ¿Pero es lo único? ¿Cómo se explica entonces que haya ciudadanos de países desarrollados viviendo experiencias similares?
Viajar no puede abreviarse sólo en motivaciones económicas, el miedo a la calle o la necesidad de encontrar estabilidad así sea cruzando el océano. Viajar es ponerle un poco de adrenalina a la vida: conocer personas nuevas, hablar en otro idioma, vivir con extranjeros, relacionarte con otras culturas, encontrar paisajes increíbles, adaptarte a otras costumbres, cambiar de actividades o de trabajos con facilidad, dormir en un aeropuerto, perderte, no entender, ayudar, dejarte ayudar, etc.
Es salir de la monotonía diaria, de la vida rutinaria e inflexible que muchas veces termina siendo una zona de confort. Es dejar al menos por un tiempo de hacer lo que hacés todos los días para abrirle los brazos a lo desconocido o inesperado.
Claro que hablar de lo desconocido cada vez suena menos lejano: la información sobre el exterior está en todos lados, desde las redes sociales hasta las anécdotas de amigos, familiares o conocidos que lo experimentaron. Eso facilita mucho la decisión y tracciona como un empujón para los miles que están en duda: está todo al alcance, desde la información sobre visas, las posibilidades laborales, los paisajes, las alternativas de ahorro, acá sí, acá no, acá está lleno de compatriotas que te van a recibir, etc.
Al vivir la experiencia, los pensamientos cambian: comienzan a inquietarte otros asuntos, entusiasma más lo imprevisible que lo previsible, la estabilidad queda relegada dentro de tus preocupaciones. De repente estás viviendo con personas de otros países, que hablan otras lenguas, tienen otras costumbres e intereses. Todo eso forma una relación recíproca y enriquecedora.
Lo económico queda un lado siempre que no sea una urgencia, o se busca sólo como medio para seguir viajando y conociendo. Estás yendo y viniendo, cambiando de trabajo y de amistades, sos libre, libre de verdad. Estás cerca y con la posibilidad de conocer lugares que nunca se te habían pasado por la cabeza.
Claro que para irse hace falta el dinero para comprar un pasaje, algo que no todos los que quieren vivir la experiencia tienen. Y obviamente, también, el apoyo de tus seres queridos, que en algunas circunstancias viene cargado de prejuicios y preguntas incómodas: ¿Te vas? ¿Y tu familia? ¿Y tu trabajo? ¿Y cómo sabés que allá vas a estar bien? ¿Cuánto tiempo? Como si para irse hubiera que tener todo calculado y la vida resuelta, y no simplemente estar curioso por lo que depara el mundo o aburrido de las formalidades y de hacer todos los días lo mismo.
Otro mito arraigado en torno a los viajeros es vincular su regreso con el fracaso: ¿por qué volviste si allá estabas tan bien? Nadie se va con la certeza de saber que no vuelve o con la seguridad de por cuánto tiempo, dónde, haciendo qué. No todos los países te permiten estar el tiempo que quieras. La vida sorprende a todos, los que se van y los que no, ¿por qué los que se van tienen que saber qué quieren para el futuro de antemano?
Viajar no es odiar a tu país ni a tus raíces. Tampoco implica no querer volver nunca más, eso es algo que sólo la experiencia te puede despertar o no. Viajar genera un montón de cosas lindas y otras no tanto porque el desarraigo se siente, pero no tiene nada que ver con lo que dicen quienes despotrican el éxodo o quienes lo aplauden sólo porque les sirve de argumento ideológico.
Las personas son libres de decidir sus caminos, sean siempre en su tierra natal o en nuevas rutas, y ninguna decisión merece un juicio de valor duro. Esos juicios de valor son los que a veces es necesario desmistificar. Y para quienes quieren pero dudan, un poco por miedo propio y otro poco por los comentarios ajenos, sólo es cuestión de ahorrar el dinero de un pasaje y animarse. Nadie sale sin un poco de miedo e incertidumbre; y si las cosas no salen bien, tu familia y tu país están a unas horas de vuelo. Si hay ganas reales, no hay mayor satisfacción que intentarlo y vivirlo.