Los marplatenses Diego D'Antoni y Alejandra Mussio estuvieron con sus dos hijos en el vuelo Lima - Buenos Aires de la aerolínea Avianca que, tras un fuerte episodio de turbulencia, aterrizó en Ezeiza con al menos 15 heridos.
“Fue la experiencia más horrible que tuve en mi vida, nunca dejé de tener la sensación de que nos íbamos a morir todos”, contó a La Capital de Mar del Plata Diego D’Antoni, a quien se le quiebra la voz al recordar las fatídicas horas que vivió junto a su esposa, Alejandra Mussio, el hijo de ambos, León (10), y la hija de Mussio, Catalina Ferro (18), cuando regresaban en avión de las vacaciones familiares en Lima, Perú, el pasado viernes.
El 31 de mayo, el aeropuerto de Ezeiza se vio revolucionado cuando el vuelo AV965 de la aerolínea Avianca aterrizó en Buenos Aires. Adentro del mismo, unas quince personas se encontraban heridas y con necesidad de asistencia médica, mientras que el total de la tripulación se encontraba en estado de shock luego de haber sufrido más de 40 minutos de turbulencia y una caída libre en su paso por la cordillera de Los Andes.
Ya en tierra firme, los testimonios de los pasajeros relataron situaciones que parecían salidas de una película de terror: gritos, llantos, gente volando y sangre en los techos. Lo contado por una pareja de médicos que se puso a disposición para asistir a las personas lesionadas sumó más dramatismo al momento vivido: en diálogo con La Nación, Stella Cuevas -una de los médicos- aseguró que “el avión no tenía botiquín, ni ningún tipo de guantes ni algodón, improvisamos algo con bolsas para hacer las veces de guantes, para asistir a los pasajeros”, denunció.
“Mi hijo me miraba y gritaba ‘papá, nos estamos muriendo, ¿no?'”. Fue la experiencia más horrible que tuve en mi vida, nunca dejé de tener la sensación de que nos íbamos a morir todos. Ellos (por la tripulación) nunca nos avisaron que teníamos que ponernos los cinturones o que estábamos por pasar por una zona de turbulencia: todo lo agarró al comandante, y por supuesto que a nosotros, de sorpresa”, señaló el dueño de la reconocida parrilla ubicada en Saavedra casi Alem.
La turbulencia
Según señaló, el “terror” inició a las dos horas de haber partido desde Lima hacia Buenos Aires, cuando el avión se disponía a cruzar la cordillera de Los Andes. “Solo se escuchó un grito de ‘¡cinturones!’, y no pasó más de un segundo desde que terminó alguien de decirlo que empezó una batidora que nos sacudió para todos lados, no sé por cuánto tiempo, para arriba, para abajo, para los costados. Hubo una calma de cinco segundos, que me hizo pensar que ya todo había pasado, pero ahí vino la caída libre, la primera de las tres que sufrimos. Fue terrible, no sé por cuánto tiempo. La caída fue en forma plana, no en picada”, cuenta hoy y, asegura, todavía se pone “mal” de solo contarlo.
“En esa caída libre (otros testimonios indicaron que se trató de una caída de 400 metros) la gente volaba por el techo, literal“, dice, y recuerda otras imágenes igual de espectaculares y terroríficas. “Se abrieron todos los portaequipajes de mano, que volaron por todos lados; lo que había quedado de la comida, vasos, platos, todo, voló por los aires; por lo golpes de los cuerpos, había partes del plástico del techo rotas y manchadas con sangre”, asegura.
Para Diego, la primera sacudida fue de unos quince minutos, y cuando unos segundos de tranquilidad lo permitieron, todos los pasajeros se abrocharon los cinturones, evitando así los golpes -pero no las sacudidas- de las nuevas turbulencias.
Lo que no se pudo evitar es el miedo y, más concretamente, el miedo a morir. “Mi hijo me miraba y gritaba ‘papá, nos estamos muriendo, ¿no?’. Lo mismo Cata, que había entrado, como muchos pasajeros, en un estado de pánico total. Con mi mujer intentábamos calmarlos, pero en un momento nos despedimos con la mirada. Pensé que nos moríamos“, confiesa.
Para Diego lo peor no sólo fue la turbulencia, sino también lo que pasó después. Con más de dos horas para llegar a Ezeiza, el clima de miedo nunca abandonó el avión. Por ejemplo, la hija adolescente de la familia marplatense nunca pudo sobreponerse a su ataque de pánico. “Cuando el avión caía, ella lloraba y le pedía perdón en voz alta al padre porque se iba a morir lejos de él”, cuenta hoy Diego, y se le quiebra la voz.
Según recuerda el gastronómico marplatense, las azafatas fueron las que más golpes sufrieron, ya que al momento de la primera sacudida ninguna estaba sentada. Además, agregó: “No sé cómo se habrán desempeñado dentro de lo que establece el protocolo, pero la calidad humana de las azafatas fue excelente. Una de ellas se encargó de intentar calmar a Catalina, enseñándole cómo debía respirar y pidiéndole que se aferre a la vida”.
Al llegar a tierra firme, además de las ambulancias, integrantes de la seguridad aeroportuaria dialogaron con pasajeros para conocer lo que ocurrió. Ya en Mar del Plata, Diego, dio a conocer otro dato: “Por lo que vi en las noticias, el mismo vuelo había sufrido una situación así, en el mismo lugar, con el mismo avión”.
Más allá de lo que resulte de la investigación, Diego asegura que a toda la familia le quedó “un miedo muy grande a volar en avión”. “Nunca en la vida me voy a olvidar lo que sentí; estamos felices de estar acá y poder contarlo”, concluye.
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