“Ahí van las tortugas”, el recuerdo de cómo algunos docentes de mi escuela validaron el bullying de mis compañeros
El 2 de mayo se estableció como el Día Internacional contra el Bullying, un sufrimiento de chicos tan grande como los adultos que lo avalan.
Empecé la primaria en 1996 y por aquel entonces muchos problemas que nos marcarían por años no tenían nombre. Uno de ellos era lo que hoy conocemos como bullying y acoso escolar y contra lo que en esta fecha, 2 de mayo, se lucha.
La violencia no se justifica jamás, pero si alguien mal preguntara por qué desde los 6 años hasta los 17 me molestaban en la escuela con burlas, insultos y hasta tirones de pelos o piñas en la puerta (que, al menos, eran advertidas con el famoso “te agarro a la salida” y si te avivabas, te ibas por otro lado) podría responder lo mismo que aquellos niños -creo también víctimas- escupían con ira o cinismo, pero con risa: “por traga”, “por nerd”, “porque hablás difícil” y hasta “por fea” o “llorona”.
Y claro, mientras deambulaba por la espiral de violencia no podía mucho más que llorar. Y mientras me segregaban de cumpleaños, juegos y grupos a la única actividad escolar que podía responder casi sin costo y hasta con ganancia era a la de estudiar y salir bien. Ir hacia el famoso aplauso, medalla y beso porque un niño o niña violentado, al menos en mi experiencia, se obsesiona con recibir reconocimiento, validación y aceptación.
Los años pasaron y la vida me puso merthiolate y gasa en los tajos de aquellas lastimaduras. Ya no sangran, pero quedó cicatriz y cuando las veo también recuerdo a los adultos cómplices: a la profesora de educación física de primaria que nos gritaba a algunos del curso “ahí van las tortugas” y a la de educación física de secundaria que se reía con ganas cuando alguna talentosa del voley me reventaba de un saque la pelota en la cara mientras las otras del equipo le arengaban “al queso, al queso”. Nunca fui buena en voley, pero aprendí bien a cubrirme la cara para que no me lastimen. Es literal y es metáfora.
Escribo esto y se me vienen a la mente C. C. y sus llantos de todas las semanas. “Me van a romper los anteojos”, le suplicaba a la profesora que como única respuesta ofrecía dejarla libre si no jugaba el partido y que rindiera el reglamento del deporte en diciembre. Algo muy útil para el manejo de finanzas personales y la gestión de vínculos. En realidad no.
Con la imagen de C. C. recuerdo también a su mamá, que se acercaba a la escuela para explicar cuán caro era para ella comprar otros anteojos y por qué no podían romperse. Para colmo de males todo esto nos tocó en pleno menemismo, 2001 de por medio y la transición hacia el kirchnerismo, las etapas donde algunos tiraban manteca al techo y otros tenían que privarse hasta de asumir su pobreza. Porque ser pobre era otra razón de burla. Y otra vez los adultos. Y otra vez educación física. Quienes no tenían zapatillas deportivas no podían hacer actividad. En aquel momento unas zapatillas Nike podían costar $100, unos US$100, que, en muchos casos, era un salario o un alto porcentaje de él. Casi todos usábamos Topper, eran “buenas” y más baratas, pero las zapatillas de lona estaban prohibidas para jugar al sapo 40 minutos dos veces por semana.
Sería injusta si solo recordara de esta forma a los docentes más atléticos porque la profesora de matemática de secundaria no se cansó ni un día durante un año de entrar al aula 7 de la mañana y antes de saludar decir “Moreni, marca la pared con la silla”. Y parada a la derecha de mi banco veía cómo 30 caras giraban a verme mientras yo me alejaba de la pared. El toque de humor -para el grupo, no para mí- lo ponía el de adelante que no se corría ni un centímetro, entonces me apretaba y yo me acomodaba como podía, con el pupitre como guillotina del estómago en el espacio que quedaba.
A los 31 años confieso que las paredes del departamento que alquilo están impecables y cuando una visita se sienta reviso que el respaldo de la silla no manche la pintura. Quiero decir que aprendí algo. Eso sí, si hay que pagar la comida que la cuenta la haga otro porque no sé dividir y si me apurás mucho no me acuerdo de las tablas.
“El bullying o acoso escolar es causante directo de más de 200.000 muertes en todo el mundo, ya sea por homicidio o por inducción al suicidio cada año. Es decir se lleva la vida de niños y jóvenes en todas partes del mundo. En el mismo lapso está probado que enferma a miles de estudiantes que en general abandonan sus estudios o los sobrellevan con angustia y cansancio como si de una cotidiana tortura se tratase”, según la ONG Bullying sin fronteras.
Mi experiencia me dice que detrás de esta problemática que invade aulas y grupos de niños, niñas y adolescentes hay responsabilidad de los adultos y que ningún cambio es posible si no nos revisamos, interrogamos y detenemos en qué le enseñamos a quienes aprenden de nosotros porque si le decís a tu hija o hijo que está mal discriminar pero cuando tomás mates con tu amiga te referís a tu entorno con calificativos peyorativos, no sirve de nada.
Detrás de cada niño, niña y adolescente agredido, detrás de cada niño, niña y adolescente agresor hay una matriz de adultos disfuncionales a la constitución de una infancia amable y amorosa.
Mientras en alguna parte del mundo un adulto siga cantando al que desaprueba “no sabe, no sabe, tiene que aprender, orejas de burro le vamos a poner”, en otra parte del mundo un infante lo repetirá. Y a esa canción no la inventó L-Gante, es bastante más vieja y bastante más conocida por muchas generaciones que Malianteo 420.
Qué es el bullying
Es la forma de comportarse o dirigirse a otra persona, ya sea de forma verbal o física, causando un daño temporal o permanente en la víctima. Constituye un tipo de hostigamiento reiterativo de una o más personas hacia sus semejantes, en el cual la víctima sufre de amenazas, intimidación, manipulación e inclusive agresiones físicas, por eso se trata de un enemigo silencioso que se nutre de la soledad, la tristeza y el miedo, según explicó a Página 12 el abogado experto en Asuntos de Derechos Humanos y Protección de la Niñez y cofundador de la ONG Bullying Sin Fronteras, Javier Miglino.
Los datos según la ONG Bullying sin fronteras:
-7 de cada 10 chicos sufren bullying y otras formas de violencia escolar
-La Argentina se encuentra entre los países con más casos de bullying y ciberbullying del mundo
-Los maltratos aumentaron en los últimos dos años un 20%
-Causa más de 200 mil muertes al año en todo el mundo