12/07/2020 | Noticias | Opinión

Coronavirus, el virus de la subestimación

Miradas. Cuando la responsabilidad social más estuvo en juego, el virus ingresó. Por Ezequiel Ganem.


Más allá de la cantidad de casos que tenga cada uno, son muy pocos los distritos de la Provincia que siguen “libres” del Coronavirus. Paradójicamente, el avance del Covid-19 en estos últimos municipios en tener casos se dio una vez que dejaron atrás el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO), la medida excepcional que el Gobierno nacional adoptó en un primer momento en todo el país con el objetivo de evitar lo que pasó en países como España, Italia, Estados Unidos o Brasil, donde la cifra de muertos han sido alarmantes.

El hecho de dejar atrás la fase más restrictiva de la cuarentena implica un mayor grado de recuperación de la “normalidad” en lo que respecto al funcionamiento económico y social, pero a su vez conlleva una imprescindible concientización sobre las responsabilidades y cuidados que cada uno debe adoptar porque –no está demás decirlo– el ascenso en la escala de fases de la cuarentena no otorga inmunidad ante el Coronavirus.

Algún intendente de la Región ha dicho en estos días –y con razón– que la fase 5 es la más peligrosa, porque los niveles de liberación de actividades son mayores, gracias a que no existe “transmisión comunitaria” del virus, pero el riesgo sigue latente. ¿Qué debería hacerse entonces? ¿Vivir en fase 1 hasta que se encuentre la vacuna contra el Covid-19? No, claro que no.

Mientras las autoridades sanitarias se abocan a atender a los pacientes contagiados y a monitorear la evolución epidemiológica para garantizar un control efectivo de la situación y las autoridades políticas buscan las formas de reactivar sus economías, la sociedad civil debe tomar todos los cuidados y resguardos necesarios para que la fase 5 sea el ineludible paso previo a la “nueva normalidad” y no un casillero más en un “Juego de la Oca” de la vida real.

La responsabilidad social es la diferencia entre un brote de Coronavirus en una localidad y la total recuperación de las actividades que en ella se desarrollan, con todo lo que eso implica para un país que estaba viviendo una fuerte crisis económica antes de la pandemia, y que desde entonces ha visto agravarse prácticamente todos sus indicadores socio-económicos.

En este particular contexto, es que se combinan dos creencias propias del ser humano, que en un lenguaje popular podríamos denominar “ver para creer” y “a mí no me va pasar”. El Covid-19, como todo virus, es invisible al ojo humano y por eso resulta complejo incorporar los cuidados y resguardos necesarios. Pero es imprescindible. También es imperioso erradicar esa conducta que lleva a uno a repetir inconscientemente “no pasa nada” cuando actúa más allá de las recomendaciones sanitarias. O creer que, porque uno sea una persona sana, si se contagia Coronavirus sólo implicará, a lo sumo, un par de semanas en casa controlándose la fiebre. Porque es entonces cuando perdemos la real dimensión de lo que representa ser sujetos sociales viviendo en comunidad. Y no debemos olvidar que, en el caso de la Región, se trata de comunidades que están conectadas por vínculos económicos y sociales ineludibles.

Tal vez –en el mejor de los casos– uno puede atravesar la enfermedad sin mayores complicaciones, pero eso no lo exime de contagiar a otros, que bien (o mal, mejor dicho) podrían ser familiares o seres queridos. Y ellos, probablemente no estén en las mismas buenas condiciones de salud a la hora de afrontar el Covid-19. Si así fuese, el resultado de esa falta de responsabilidad social –otra vez no está demás decirlo– es la muerte.

Los científicos de todo el mundo estudian al Coronavirus porque todavía hay muchas cosas que no saben de él y necesitan conocerlas para combatirlo mejor. Nosotros, sin necesidad de años de estudios ni pruebas de laboratorio, tenemos la “vacuna” para terminar con el “virus de la subestimación”, que provoca comportamientos que son peligrosos para cualquier comunidad. Esa “vacuna” es la conciencia social, es el asumir que, aunque no lo deseemos, podemos ocasionar un daño en nuestra sociedad. Es actuar con respeto hacia los otros y velar por su bienestar, aunque los demás no lo vean y no obtengamos ningún reconocimiento por ello.

Entonces, no está de más recordar que durante la vigencia del distanciamiento social, preventivo y obligatorio, el gobierno nacional ha determinado como reglas generales de conducta que “las personas mantengan entre ellas una distancia mínima de dos metros, utilicen tapabocas en espacios compartidos, se higienicen asiduamente las manos, tosan en el pliegue del codo, desinfecten las superficies, ventilen los ambientes y den estricto cumplimiento a los protocolos de actividades y a las recomendaciones e instrucciones de las autoridades sanitarias provinciales y nacionales”.

Todas estas prerrogativas deben seguirse en todo momento porque por ahora no tenemos la seguridad de que la persona que tenemos al lado tiene o no Coronavirus, no importa si vivimos en un distrito que está en fase 1 o en fase 5. Fueron las mismas normas que no se pusieron en práctica en Necochea, Olavarría y Dolores, lo que derivó en un cambio drástico de la situación sanitaria en cada una de esas tres localidades del interior bonaerense. Está en cada uno de nosotros cuidarnos del “virus de la subestimación”, pero sin olvidar de que es en beneficio de todes. Porque, en tiempos de Coronavirus, ahí es donde empieza todo lo demás. Que no es bueno, por cierto.


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