La dolorense Amanda Boccia es docente, madre, abuela, como tanta gente. Pero, a diferencia de otros, es también madrina de guerra. Y esa es la historia que quiere contar, a 36 años de Malvinas.
Una historia que comenzó cuando escuchó en la noche del 2 de abril de 1982 que se habían tomado las Islas. “Yo no estaba para nada de acuerdo con la dictadura militar, pero ese era un sueño que yo tenía”, cuenta.
“Decían que había que tejer, yo tejía; decían que había que juntar cosas, yo juntaba. Cuando dicen que hay que escribir porque hay soldados que no recibían cartas, escribí una carta”, recuerda Amanda y, con interrupciones por la emoción –“es una herida abierta todavía”, aclara. Recita prácticamente de memoria aquella carta: “Querido soldado: sé que no lo están pasando nada bien, todo esto es muy difícil, son muy jovencitos, soy maestra, tengo hijos que están cerca de la edad de ustedes”.
Quince o veinte días después, llegó el cartero, quien no solo se limitó a tocar el timbre, sino que saltando le gritaba “carta de Malvinas, carta de Malvinas”. Los dos leyeron juntos el mensaje de César Osvaldo Esquivel, de Corrientes capital, que con 18 años, contaba que estaba en una trinchera desde la que veía el desembarco de Goose Green. Y la voz de Amanda repite lo que contaba César Osvaldo: “Querida madrina de guerra: no necesito muchas cosas pero no estamos comiendo bien, mándame lo que puedas”. Y el pedido que más dolió: “una caja de cigarrillos. Yo no fumo pero acá valen mucho, se cambian por comida”.
Toda la familia juntó cosas. Hasta los chicos rompieron las alcancías: el efectivo fue camuflado dentro de un libro. La caja se completó con carne envasada, paté, cigarrillos, chocolates, un par de mitones y una bufanda. “Yo le creí al periodista que estaba allá”, recuerda con amargura y la caja fue al correo apenas unos días antes de la rendición, la que no se contaba por la tele.
NO SABER NADA DE ÉL
La historia posterior a la guerra fue dura para Amanda: miraba en todas las listas que se publicaban buscando a César Osvaldo Esquivel como vivo, herido, muerto o desaparecido. Y en ninguna aparecía el nombre del correntino. “Cuando empezaba alguien a decir que tenía internet, le pedía que lo buscara; cuando tuve mi compu, empecé a buscarlo yo misma”. Consultó páginas del Ejército, centros de ex combatientes, conocidos en Corrientes, todo en vano...
Una afección cardíaca la puso en contacto con un médico del Hospital Aeronáutico, donde además pudo ver el horror de los que sufrían trastornos psíquicos graves. ¿Y si César Osvaldo fuera uno de ellos?, se preguntó. Hasta que hace tres años, en un sitio web del Ejército apareció el nombre de César Osvaldo Esquivel, vivo.
HABLAR EN CLASE
Amanda da clases de Ciudadanía en la carrera de Trabajador Social del ISFDyT Nº 26 de Dolores. A fines del año pasado el tema de la guerra de Malvinas apareció y ella hizo el relato de su ahijado de guerra.
Tiempos de redes sociales, mientras la profesora contaba con la misma emoción que repite frente a esta cronista, una alumna encontró a la hija de César Osvaldo Esquivel en Facebook. Y la chica le pasó el teléfono del padre. Lo que tardó el relato, tardó Mercedes desde su pupitre en ponerse en contacto con la jovencita de 13 años. Pero Amanda tardó mucho más en atreverse a llamarlo: a la semana siguiente fue la misma Mercedes quien, en la clase, le pasó el teléfono para que pudiera escuchar la voz grave, de hombre de campo, de César Osvaldo Esquivel, que le decía que nunca la había olvidado y abriéndole las puertas de su casa, para poder darle un abrazo.
La historia escribirá otro capítulo en las próximas vacaciones de invierno, cuando Amanda emprenda el viaje hacia Corrientes para tomar unos mates con su ahijado, aquel al que le escribió una carta en plena odisea.